viernes, 9 de mayo de 2014

Y al final, la verdad.

Y la verdad os hará libres. Pues sí, me siento más libre. Pasé veinte años de mi vida, tal vez más, tal vez menos, preguntándome cuál era mi problema. Por qué no me sentía igual de feliz que los demás. O al menos tan feliz como el resto del mundo se ve. Recuerdo evitar salir a la calle por no querer ver las sonrisas ajenas, tan lejanas. La envidia que me corroía porque yo no podía sonreír como ellos. Simplemente no me salía la risa. No me nacía el sentimiento. Pasé años encerrada en un cuarto de 4x4 metros. Y no, no era mi cuarto. Eran las paredes dentro de mi mente. Pasé años deseando morir, pensando que lo único que me detenía en intentar acabar con mi propia vida era la desilusión de mis padres. No tanto de mis hermanos. Mis padres. Aún una vez comenzada la universidad, mi segunda carrera, sentí que una vez que mis padres faltaran, yo ya no tenía motivos para seguir con vida. Durante estos años de mi vida, ésa ha sido la única motivación que he tenido para seguir adelante. Mis padres. Algún tiempo fue él, pensé que me casaría con él y sería feliz. Aún en esos momentos en que no soportaba verlo. Que no soportaba su voz. Sabía que dentro le amaba. Aunque me lo cuestionara yo misma. Pero le hice mucho daño sin poder controlarme. Todavía no era libre. Y él me lastimó a su vez. Entiendo sus dudas. Ahora lo entiendo. Antes no podía ver. Fue un día, el día de la bienvenida en la Universidad, me encerré en el salón vacío y oscuro a llorar, porque odiaba todo, porque me odiaba a mi misma, porque me sentía tan perdida. Ese día decidí no pasar ni un minuto más de mi vida sintiéndome miserable y odiándome a mi misma día tras día. Así que fui a terapia. De ahí me mandaron al psiquiatra. Y el psiquiatra me dio la verdad. Y fui libre. Tan libre como no lo había sido en años. Por fin entendí lo que me pasaba. Por fin supe por qué un día lloraba desconsoladamente y cinco minutos después reía de mi misma. Y ahora lloro por el tiempo perdido, por las heridas hechas, por el odio sin causa. Lloro por sus lagrimas, por su odio. Porque después de cuatro años aún no puede verme ni hablarme ni recordar que existí y existimos. Que fuimos y quisimos ser. Me da rabia no haber hecho esto antes. No haber buscado ayuda cuando recién me di cuenta que no estaba bien. Haber lastimado a mis seres queridos. Haberme lastimado a mi misma de la forma en que lo hice. Todo el tiempo perdido. La energía malgastada. No fue una epidemia ni un virus de la nueva generación. Es una deficiencia en mis neurotransmisores. No trabajan como deberían. Grandes mentes han padecido el mal que me aqueja, unos a mayor escala que el mío. Tengo la teoría que esa deficiencia de control de emociones nos predispone a hacer cosas grandes. Ya empecé con mis cosas. Perdón, perdón, son estos neurotransmisores. Billie Holiday, Van Gogh, Catherine Zeta Jones (Dios que hermosa es esa mujer), Agatha Christie, Liz Taylor (hermosa hermosa), Tim Burton, Freud, Mozart, Van Damme, Jim Carrey, Hans Cristian Andersen, Edgar Allan Poe. Claro que hay millones de personas-no-famosas que padecen la bipolaridad (si, bipolaridad) y nunca sabré de su existencia. Pero creo que ese defecto en el cerebro nos hace ver la vida de otra forma, nos motiva la creatividad más que a una persona normal. Este post es largo, pero no tanto como debería serlo. Ya tomé mi pastilla y en cualquier momento comenzaré a sentir sueño. Es largo porque es un recuento de lo que pienso. De lo que me ha pasado. Ahora que soy libre, me he permitido perdonarme. Porque no fue mi culpa. No enteramente. Me he permitido soñar nuevamente. Me he permitido sonreír, salir de mi encierro psicológico y de esa tortura incesante. Me ha permitido albergar esperanza. Suspirar de alivio y tranquilidad, sabiendo que si tengo un día pésimo, pronto mejorará. Pero lo que más me tranquiliza, es poder tener una relación sana con mis amigos, mis padres y hermanos. Ver las cosas más claramente. Y les juro que después de tantos años el haberme perdonado a mi misma, ha sido un bálsamo para mi alma. Ahora tengo un futuro, aún incierto, pero lleno de gratitud y alegría. Tengo nuevos amigos. Tengo incluso a alguien que me quiere. ¿pueden creerlo? Yo aún no puedo. Mi cabeza aún me hace pensar que no tiene caso, pero qué le voy a hacer, díganle algo a este corazón sonriente, yo no puedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario